domingo, 24 de enero de 2016

Compañía de Jesús, con linaje secreto.

Ignacio de Loyola, fundador.
    Pero la consecuencia es una virtud que la influencia jesuítica va debilitando más y más entre los clericales. El astuto, solapado, sagaz y terrible jesuitismo es como el alma de la Iglesia romana, de cuyo poder espiritual se apoderó por entero. Conviene, pues, comparar la moral jesuítica con la de los antiguos tanaímes y teurgos, para descubrir la íntima relación que con las sociedades secretas tienen los arteros enemigos de toda reforma. No hay en la antigüedad escuela ni asociación ni secta alguna que se parezca siquiera a la Compañía de Jesús, contra cuyas tendencias se levantaron generales protestas apenas nacida, pues a los quince años de su constitución se deshicieron de ella los gobiernos de Europa. Portugal y los Países Bajos expulsaron a los jesuítas en 1578; Francia en 1594; la república de Venecia en 1606; Nápoles en 1622; Rusia en 1820.
 
    Desde su adolescencia mostró la Compañía de Jesús las mañas que todo el mundo le reconoce, y que han causado más daños morales que las infernales huestes del mítico Satán. No le parecerá exagerada esta afirmación al lector cuando se entere de los principios, máximas y reglas de los jesuitas, entresacados de sus propios autores y de la obra mandada publicar por decreto del Parlamento francés (5 de Marzo de 1762) y revisada por la comisión que se nombró al efecto. Esta obra fué presentada al monarca para que, como hijo primogénito de la Iglesia, advirtiese la perversidad de (como dice textualmente el decreto del Parlamento) “una doctrina que permite el robo, el asesinato, el perjurio, la fornicación, el parricidio y el regicidio, y sobre las ruinas de la religión quiere erigir la superstición, la hechicería, la impiedad y la idolatría”.
 
    A pesar de las afirmaciones contrarias, ha resultado que la Compañía de Jesús pertenece en uno de sus aspectos al linaje de las sociedades secretas. Sus constituciones, traducidas al latín en 1558 por el P. Polanco e impresas en Roma, se mantuvieron en riguroso secreto, hasta que en 1761 mandó publicarlas el Parlamento francés cuando el famoso proceso del P. Lavalette.
    Los grados de la orden son seis, a saber: novicios, hermanos, sacerdotes, coadjutores, profesos de tres votos y profesos de cinco votos. Además, hay un séptimo grado secreto, tan sólo conocido del general de la orden y de unos cuantos dignatarios, en que consiste el terrible y misterioso poder de la Compañía, uno de cuyos mayores timbres de gloria es para ellos la reorganización del sanguinario tribunal del Santo Oficio, a instancias de Loyola.
 
    Los jesuitas son hoy día omnipotentes en la curia romana e influyen decisivamente en las congregaciones de cardenales y en la secretaría de Estado, de modo que antes de la ocupación de Roma pudo decirse que estaba en sus manos el gobierno pontificio.
    Respecto a su organización interna dice Mackenzie: La Compañía de Jesús tiene signos secretos y contraseñas distintas para cada uno de los grados, y como no llevan divisa alguna exterior es muy difícil reconocerlos, a no ser por declaración propia, pues según el encargo que reciban se presentan como católicos o protestantes, plebeyos o aristócratas, fanáticos o escépticos. Tienen espías en todas partes y en todas las clases sociales, y se fingen mentecatos cuando así les conviene. Hay jesuitas de ambos sexos y de toda edad que se inmiscuyen por doquiera, hasta el punto de haber algunos de familias distinguidas y complexión delicada, que no obstante están de criados en casas de protestantes para mejor servir los intereses de la Compañía. Nunca nos precaveremos suficientemente contra su influjo, pues como la Orden se funda en la absoluta y ciega obediencia, puede convertir toda su fuerza hacia determinado punto. Por su parte, sostienen los jesuítas que “la Orden no es de institución humana sino que la fundó el mismo Jesús al trazarle la regla de conducta, primero con su ejemplo y después con su palabra”.
 
    Pero ¿qué porvenir aguarda al mundo católico si ha de continuar dominado por esta  nefanda sociedad? No será muy lisonjero desde el momento en que el mismo cardenal arzobispo de Cambray levanta su voz en pro de los jesuítas, aunque como han transcurrido ya dos siglos de la exposición de tan abominables principios, les ha sobrado tiempo a los jesuítas para amañar su defensa con mentiras afortunadas, de modo que la mayoría de católicos jamás creerán a sus acusadores.
 
    El pontífice Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús el 23 de julio de 1773, y sin embargo la restableció Pío VII el 7 de Agosto de 1814.
 

Fuente: Isis sin velo. T4. H.P. Blavatsky. N.Y. 1875.