El nombre de “gnóstico” viene de la palabra griega “gnosis” que
significa conocimiento; gnóstico es por tanto quien adquiere un conocimiento
especial y vive según él. El término “gnosis” no tiene por tanto sentido
peyorativo. Algunos Santos Padres como Clemente de Alejandría y San Ireneo
hablan de la gnosis en el sentido del conocimiento de Jesucristo obtenido por
la fe: “la verdadera gnosis -escribe san Ireneo- es la doctrina de los
Apóstoles” (AdvHaer IV 33).
Se ignora la fecha de su
nacimiento. Hacia 140
llegó a Roma
desde Alejandría,
donde tuvo ocasión de recibir el influjo de la filosofía
griega y conocer las religiones pagana,
judía
y cristiana.
Parece probado que en Alejandría, además de una bien establecida ortodoxia
cristiana, había una fuerte tradición gnóstica. De todos modos Valentín pasó
por un proceso de evolución, en el que va distanciándose cada vez más de las
afirmaciones cristianas y centrándose en la vertiente panteísta
y mitológica.
Así es notable la ausencia de mitología en el Evangelio de la Verdad (uno de los
documentos gnósticos hallados, en traducciones coptas, cerca de Nag Hammadi,
Egipto,
en 1945).
Cabría atribuir también a Valentín, situándola en este mismo estado de su
evolución, la Epístola a Reginos sobre la Resurrección, de inconfundible
carácter gnóstico, pero cuyo autor manifiesta querer estar dentro de la Iglesia,
sin renunciar al nombre cristiano ni rendirse por entero a la filosofía. De
todas formas, pretendiendo aceptar la doctrina
cristiana de la resurrección, le da un sentido diferente
interpretándola a la luz de la concepción gnóstica sobre el Pléroma
(mundo divino originario) y sus relaciones con nuestro mundo. En cualquier caso
Valentín unificó muchas opiniones abstrusas de la llamada gnosis vulgar
egipcia en una visión poética no exenta de genialidad. Era un hombre de
gran poder intelectual, que logró combinar materiales provenientes de
diferentes fuentes en una síntesis poderosa y original. Helenizó
y tiñó de cristianismo una gnosis más temprana, de carácter mucho más
radicalmente mitológico y de la que estaban ausentes casi por completo los
elementos cristianos y que mostraba en cambio una fuerte influencia de los
medios judíos. Su poema metafísico parece además inspirado por vívidas emociones y
experiencias personales. Valentín era un hombre de vivencias intensas, que
expresó su concepción trágica de la vida en los símbolos de la imaginación
creadora. La originalidad y poder de la gnosis valentiniana se encuentra en
haber dado expresión mitológica a una visión intensamente personal del mundo,
ya una fuerte experiencia del «yo».
El drama de los eones,
que ocurre en el Pléroma, es para Valentín la imagen arquetipo
de la condición humana. La gnosis de Valentín se presenta como respuesta a las
cuestiones claves del existir, que uno de sus discípulos orientales enumera
así: «¿Qué éramos? ¿Qué hemos llegado a ser? ¿De dónde éramos y adónde hemos venido
a parar? ¿Hacia qué aspiramos? ¿Cómo somos redimidos? ¿Qué es generación y qué
es regeneración?» (Extractos de Teodoto 78,2). Frente a esas cuestiones
Valentín elabora una respuesta de fondo sincretista
y en la que predomina lo mitológico. En resumidas cuentas, el pensamiento
valentiniano se sitúa en la dimensión de la mitología.
Descripción del sistema
Valentiniano
El perfecto eón, Abismo,
preexistente, estaba -dice- con Silencio. Abismo concibió la idea (Ennoia)
de emanar, y por medio de Silencio dio a luz a un par (syzygia) de
eones: Mente y Verdad, dando así lugar a la Cuaternidad
primordial. La Mente y la Verdad, queriendo glorificar al Padre Abismo,
prosiguieron las emanaciones dando origen a una nueva pareja: a Logos y Vida,
que a su vez engendra a Hombre e Iglesia, dando así lugar a la Cuaternidad
inferior. El proceso prosigue hasta un total de treinta eones, el último de
los cuales es Sophia (Sabiduría). Queda así integrado el Pléroma divino,
en el cual sólo el primero de los eones (el Nous o Mente) puede
contemplar directamente al Abismo, experimentando así un gozo infinito,
mientras que los demás deben contentarse resignadamente con el mero deseo de
contemplarlo.
Pero la Sabiduría tuvo la
pasión desordenada de conocer al Padre (o de engendrar como él, según otro
tema) y fue expelida del Pléroma al espacio vacío (Kénoma). Quedó sola,
sujeta a toda clase de pasión; tristeza, temor, desesperación e ignorancia,
raíz esta última de todo mal. Los eones del Pléroma suplican al Padre que libre
a Sabiduría y éste compadecido ordena una nueva emanación: el Límite,
que frena el desorden de Sabiduría y la mantiene en la serenidad; o, según otra
versión, el Espíritu (Pneuma), que instruye a los eones inferiores en el
conocimiento del Padre. En gratitud por tan gran beneficio, la pluralidad de
los eones aporta cada uno lo más perfecto de sí para producir el fruto
perfecto: Cristo,
también llamado Salvador, Gran Sacerdote, etc., que es enviado con sus ángeles
para reintegrar al eón exiliado, es decir, a Sabiduría, librándola de sus
pasiones.
Fuentes: Wikipedia y otras.