miércoles, 15 de julio de 2015

VALENTÍN Y EL GNOSTICISMO


    El nombre de “gnóstico” viene de la palabra griega “gnosis” que significa conocimiento; gnóstico es por tanto quien adquiere un conocimiento especial y vive según él. El término “gnosis” no tiene por tanto sentido peyorativo. Algunos Santos Padres como Clemente de Alejandría y San Ireneo hablan de la gnosis en el sentido del conocimiento de Jesucristo obtenido por la fe: “la verdadera gnosis -escribe san Ireneo- es la doctrina de los Apóstoles” (AdvHaer IV 33).
 
    El término “gnóstico” adquirió sentido peyorativo cuando fue aplicado por los mismos Padres a ciertos herejes que tuvieron notable relieve entre los siglos II y IV. El primero en designarlos así fue San Ireneo que ve su origen en la herejía de Simón el samaritano (Hch 8,9-24), y dice que sus seguidores se propagaron por Alejandría, Asia Menor y Roma dando lugar a “una multitud de gnósticos que emergen del suelo como si de hongos se tratara” (AdvHaer. I.29.1). De ellos, continua diciendo San Ireneo, derivan los valentinianos que son a los que él combate directamente. Explica tal abundancia y diversidad de sectas diciendo que “la mayoría de sus fautores –en realidad, todos- quieren ser maestros; se van de la secta que abrazaron y urden una enseñanza a partir de otra doctrina, y luego a partir de ésta surge todavía otra, mas todos insisten en ser originales y en haber hallado por sí mismos las doctrinas que de hecho se limitaron a compaginar” (AdvHaer. 1.28.1).


San Valentín.

    Se ignora la fecha de su nacimiento. Hacia 140 llegó a Roma desde Alejandría, donde tuvo ocasión de recibir el influjo de la filosofía griega y conocer las religiones pagana, judía y cristiana. Parece probado que en Alejandría, además de una bien establecida ortodoxia cristiana, había una fuerte tradición gnóstica. De todos modos Valentín pasó por un proceso de evolución, en el que va distanciándose cada vez más de las afirmaciones cristianas y centrándose en la vertiente panteísta y mitológica. Así es notable la ausencia de mitología en el Evangelio de la Verdad (uno de los documentos gnósticos hallados, en traducciones coptas, cerca de Nag Hammadi, Egipto, en 1945). Cabría atribuir también a Valentín, situándola en este mismo estado de su evolución, la Epístola a Reginos sobre la Resurrección, de inconfundible carácter gnóstico, pero cuyo autor manifiesta querer estar dentro de la Iglesia, sin renunciar al nombre cristiano ni rendirse por entero a la filosofía. De todas formas, pretendiendo aceptar la doctrina cristiana de la resurrección, le da un sentido diferente interpretándola a la luz de la concepción gnóstica sobre el Pléroma (mundo divino originario) y sus relaciones con nuestro mundo. En cualquier caso Valentín unificó muchas opiniones abstrusas de la llamada gnosis vulgar egipcia en una visión poética no exenta de genialidad. Era un hombre de gran poder intelectual, que logró combinar materiales provenientes de diferentes fuentes en una síntesis poderosa y original. Helenizó y tiñó de cristianismo una gnosis más temprana, de carácter mucho más radicalmente mitológico y de la que estaban ausentes casi por completo los elementos cristianos y que mostraba en cambio una fuerte influencia de los medios judíos. Su poema metafísico parece además inspirado por vívidas emociones y experiencias personales. Valentín era un hombre de vivencias intensas, que expresó su concepción trágica de la vida en los símbolos de la imaginación creadora. La originalidad y poder de la gnosis valentiniana se encuentra en haber dado expresión mitológica a una visión intensamente personal del mundo, ya una fuerte experiencia del «yo».


El drama de los eones, que ocurre en el Pléroma, es para Valentín la imagen arquetipo de la condición humana. La gnosis de Valentín se presenta como respuesta a las cuestiones claves del existir, que uno de sus discípulos orientales enumera así: «¿Qué éramos? ¿Qué hemos llegado a ser? ¿De dónde éramos y adónde hemos venido a parar? ¿Hacia qué aspiramos? ¿Cómo somos redimidos? ¿Qué es generación y qué es regeneración?» (Extractos de Teodoto 78,2). Frente a esas cuestiones Valentín elabora una respuesta de fondo sincretista y en la que predomina lo mitológico. En resumidas cuentas, el pensamiento valentiniano se sitúa en la dimensión de la mitología.
 
Descripción del sistema Valentiniano
El perfecto eón, Abismo, preexistente, estaba -dice- con Silencio. Abismo concibió la idea (Ennoia) de emanar, y por medio de Silencio dio a luz a un par (syzygia) de eones: Mente y Verdad, dando así lugar a la Cuaternidad primordial. La Mente y la Verdad, queriendo glorificar al Padre Abismo, prosiguieron las emanaciones dando origen a una nueva pareja: a Logos y Vida, que a su vez engendra a Hombre e Iglesia, dando así lugar a la Cuaternidad inferior. El proceso prosigue hasta un total de treinta eones, el último de los cuales es Sophia (Sabiduría). Queda así integrado el Pléroma divino, en el cual sólo el primero de los eones (el Nous o Mente) puede contemplar directamente al Abismo, experimentando así un gozo infinito, mientras que los demás deben contentarse resignadamente con el mero deseo de contemplarlo.
 
     Pero la Sabiduría tuvo la pasión desordenada de conocer al Padre (o de engendrar como él, según otro tema) y fue expelida del Pléroma al espacio vacío (Kénoma). Quedó sola, sujeta a toda clase de pasión; tristeza, temor, desesperación e ignorancia, raíz esta última de todo mal. Los eones del Pléroma suplican al Padre que libre a Sabiduría y éste compadecido ordena una nueva emanación: el Límite, que frena el desorden de Sabiduría y la mantiene en la serenidad; o, según otra versión, el Espíritu (Pneuma), que instruye a los eones inferiores en el conocimiento del Padre. En gratitud por tan gran beneficio, la pluralidad de los eones aporta cada uno lo más perfecto de sí para producir el fruto perfecto: Cristo, también llamado Salvador, Gran Sacerdote, etc., que es enviado con sus ángeles para reintegrar al eón exiliado, es decir, a Sabiduría, librándola de sus pasiones.
Fuentes: Wikipedia y otras.