jueves, 24 de diciembre de 2015

El Evangelio Apócrifo de Felipe


  © Vladimir Antonov, 2008. Traducido del ruso al español por Anton Teplyy y Eduardo Jorquera Muñoz.

     Este libro presenta una traducción completa y competente del Evangelio escrito por el apóstol Felipe, un Discípulo personal de Jesús el Cristo. La traducción lleva los comentarios explicativos. En el Evangelio, Felipe puso énfasis en el aspecto metodológico del trabajo espiritual. El libro está dirigido a todos que aspiran a la Perfección.

     El Evangelio apócrifo del Apóstol Felipe, un discípulo personal de Jesús el Cristo, fue encontrado por arqueólogos en 1945 en Egipto. Este Evangelio contiene información muy importante impartida a Felipe por Jesús el Cristo. Se trata de las técnicas meditativas más altas que llevan a un guerrero espiritual a la Morada de Dios el Padre la que se designa como «la Cámara Nupcial» por Felipe. En el Evangelio artísticamente se entretejen dos líneas de narración: la línea del amor sexual entre las personas y la línea del Amor más alto a Dios; cabe notar que el primero es considerado como el prototipo del segundo.

    El Evangelio está escrito en una lengua artística literaria y fue hecho en un estilo de parábola. El Evangelio no fue conocido por los lectores rusos hasta ahora. Tres ediciones anteriores, que fueron incluidas en las colecciones temáticas, fueron preparadas por los traductores que no entendieron el significado del texto e intentaron simplemente traducirlo «literalmente». Por consiguiente, las traducciones resultaron ser principalmente unas composiciones de palabras ininteligibles, no relacionadas entre sí.

    Hay aquellos que heredan lo perecedero. Ellos mismos pertenecen a lo perecedero, por eso lo heredan. Aquellos Que heredan lo Imperecedero Ellos Mismos son imperecederos. Ellos se vuelven los dueños de lo Imperecedero y de lo perecedero. El Que ha alcanzado al Padre gracias a sus esfuerzos de auto-perfección, hallará la Verdadera Vida después de la muerte de su cuerpo. Él se vuelve un Condueño con el Padre en lo Celestial y en la Tierra.

    Los que siembran en el invierno cosechan en el verano. El invierno es lo mundano, pero el verano es el otro eón. ¡Que sembremos en el invierno en la Tierra, para que en el verano haya la cosecha! Por consiguiente, no debemos implorar el invierno de Dios, pues después del invierno sigue el verano. La palabra griega eones denota las dimensiones espaciales; entre éstas hay las que se les llaman el infierno, el paraíso y la Morada de Dios el Padre. En el «invierno», es decir, mientras estemos en la Tierra, debemos trabajar para estar en el «verano» en la abundancia y la beatitud de los eones más altos.

    El que no trabaja para perfeccionarse en el transcurso de la encarnación entera, no hallará para sí ningún fruto bueno después de ésta. Y los que se han desprendido de lo mundano se vuelven íntegros, eternos.

     La importancia dada a las cosas mundanas es un gran error. Pues, éstas distraen los pensamientos de Aquel Quien es eterno (y los dirigen) hacia lo que es perecedero. En este caso, incluso el que escuche acerca de Dios no percibe (detrás de esta palabra) lo Eterno, sino que piensa en lo perecedero. El hombre, deseando salvarse, ejecutaba los sacrificios. Pero si el hombre es razonable, (entiende claramente que) los sacrificios no son necesarios y que los animales no deben ser ofrecidos a los «dioses». De hecho, los que ofrecieron los animales como un sacrificio eran similares a estos animales (por el nivel de su desarrollo).

    El hecho es que el hombre no es un cuerpo. Él es una conciencia, un alma. Por eso, no es correcto decir que el hombre está muerto, si su cuerpo se ha muerto. Es el cuerpo que se murió, pero el hombre no. También podemos hablar de la muerte del hombre (como un alma, es decir, sobre la muerte espiritual) en el sentido que Jesús dio a estas palabras, diciendo: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos» (Mateo 8:22; Lucas 9:60). Las personas sin conocimiento verdadero sobre su predestinación y el Camino vivan una vida comparable con la de los animales. Pero Dios, a través del Cristo, les da la comida espiritual propia para ellos.

Primera parte.