domingo, 8 de noviembre de 2015

Apolonio de Tiana, un hombre impresionante.

 
Apolonio de Tyana, coetáneo de Jesús de Nazareth, fue como éste entusiasta fundador de una nueva escuela espiritualista, y si bien menos metafísico y más práctico que Jesús y menos tierno y perfecto, infundió en sus discípulos la misma espiritualidad quintiesenciada y predicó la misma moral; pero grave error fue que tan sólo dirigiera su acción a la aristocracia, pues en esta clase social había nacido y era rico en bienes de fortuna, mientras que el humilde Jesús, nacido de familia pobre, “no tenía donde reclinar su cabeza”. Sin embargo, ambos obraban prodigios con sorprendente analogía de propósito en la predicación.

Antes de Apolonio había aparecido Simón el Mago, a quien las gentes llamaban el “gran poder de Dios”, cuyos prodigios, más admirables y variados todavía, constan en la historia más documentadamente que los de Jesús y los apóstoles. El escepticismo niega unos y otros, pero la historia los comprueba. La obra taumatúrgica de Apolonio está además corroborada por San Justino Mártir, quien, según ya vimos, diputa los milagros del filósofo de Tyana muy superiores a los del Fundador del cristianismo. Como Gautama y Jesús, era Apolonio irreconciliable adversario del culto externo y de las inútiles ceremonias religiosas. Si a ejemplo de Jesús hubiese preferido la compañía de los humildes y voluntariamente hubiese muerto proclamando desde lo alto de la cruz la verdad divina1175, de seguro que fuera su sangre tan meritoria como la de Jesús para la propagación de las enseñanzas espirituales.
 
Muchas calumnias se arrojaron contra Apolonio, y diez y ocho siglos después de muerto difamó su memoria el obispo Douglas en una obra que escribió contra los milagros, sin percatarse de los hechos históricos. Si examinamos imparcialmente esta cuestión, advertiremos que las éticas de Gautama, Platón, Apolonio, Jesús, Amonio y sus discípulos, están basadas en la misma filosofía mística. Todos adoraban a un solo Dios, ya considerándole como Padre común de los hombres que en El viven y El en ellos, ya como el incognoscible Principio creador de todo cuanto existe. Así fueron semejantes a Dios estos hombres1176. Todos se ejercitaron en la contemplación mística, en la identidad con el Yo, el Âtman, según los brahmanes. Este término indoísta es también cabalístico por excelencia.
 
NOTA:
 
La Vida de Jesús por Strauss, que el mismo Renán califica de obra verídica, espiritual y concienzuda,
aventaja, no obstante sus rudezas iconoclásticas, a la similar del autor francés. Prescindiendo del valor intrínseco e histórico de ambas obras, cuya critica no nos incumbe, nos detendremos en el impreciso bosquejo de Jesús trazado por Renán, pues no cabe concebir por qué falseó este autor el carácter de Jesús. Pocos de cuantos admiten la gran figura histórica, pero no divinizan al profeta de Nazareth, leerán la obra de Renán sin indignarse contra tamaña mutilación psicológica, pues convierte a Jesús en una especie de mentecato sentimental, en un bobo de comedia enamorado de sus sermones, deseoso de que todos le adoren y caído finalmente en las redes que le tienden sus enemigos. Esta figura no es la de Jesús, no es la del filántropo judío, del adepto y místico de una escuela hoy olvidada y tal vez jamás conocida por la iglesia cristiana, del héroe que prefirió arrostrar la muerte antes de ocultar las verdades que creía beneficiosas para la humanidad. Nos gusta más Strauss, pues aunque sin eufemismos lo califica de impostor y sedicioso y aun duda de su existencia histórica, al menos no le da el ridículo matiz sentimental con que Renán nos pinta su figura.
 
Fuente: Isis Sin Velo. H.P. Blavatsky. T. III. Nueva York. 1875.