Gracias a la ayuda de un
mecenas en Cesarea, Ambrosio, Orígenes pudo dedicarse a dictar muchos
comentarios escriturísticos, tratados de teología y homilías. Sus
contribuciones se enmarcan en un contexto en el que la cristiandad, ya entonces
una religión separada del judaísmo, vio necesaria la ampliación de su teología
– en gran medida buscando reconciliar el cristianismo con el helenismo. Ireneo y Tertuliano habían
iniciado esta labor, y posteriormente la escuela de Alejandría había retomado
el trabajo.
En sus libros, aseveró que
conocía más de veinte versiones de los Evangelios, quejándose
por el pésimo estado de conservación de esos documentos y por las malas
interpretaciones que hacían aquellos encargados de copiarlos. En su libro "Sobre los principios",
refiriéndose a estos, dice: Hay cosas que se nos refieren como si fueran
históricas y que jamás han sucedido y que eran imposibles como hechos
materiales y otras, aun siendo posibles, tampoco han sucedido.Orígenes
era contrario a la doctrina de la reencarnación. Conocedor del concepto a partir de la
filosofía griega, afirma que la transmigración "...es ajena a la Iglesia
de Dios, no enseñada por los apóstoles, y no apoyada por las Escrituras" (Comentario
al Evangelio de Mateo, 13:1:46–53).
Dice:
Ya que
nosotros que decimos que el mundo visible está bajo el gobierno del que creó
todas las cosas, declare así que el Hijo no es más fuerte que el Padre, sino
inferior a Él. Y esta creencia que basamos en el refrán de Jesús mismo, «el
Padre que me envió es mayor que yo». Y ninguno de nosotros es tan insano para
afirmar que el Hijo del hombre es el Señor sobre Dios.
Contra Celso, libro VIII, 15
De Celso, a quien ataca
Orígenes:
"Seguidamente, barruntando
Celso que se le alegarían las grandes cosas hechas por Jesús, de las que,
siendo muchas, sólo de unas pocas hemos hablado, aparenta conceder sea verdad
lo que se cuenta, "de curaciones, de alguna resurrección, o de unos pocos
panes con que se alimentó toda una muchedumbre y aún sobró mucho, o cuanto,
según él piensa, escriben de prodigios fantásticos sus discípulos"; pero
añade a todo esto: "demos de barato que tú hicieras todo eso". E
inmediatamente identifica las obras de Jesús con las de los hechiceros que,
según él, "prometen cosas aún más maravillosas, y con las que realizan lo
que han aprendido en Egipto; gentes que, en las públicas plazas, venden"
por unos óbolos tan venerables enseñanzas, arrojan de los hombres a los dé-mones,
exuflan enfermedades y evocan las almas de los héroes, ponen ante los ojos
banquetes espléndidos, mesas, pasteles y platos que no existen, mueven como si
fueran animales cosas que no lo son, sino que aparecen tales en la
fantasía". Y concluye: "¿Acaso porque esas gentes hacen todo eso
habremos de pensar nosotros que son hijos de Dios? ¿O habrá que decir más bien
ser todo eso ocupaciones de hombres malvados y miserables?"
César Pinos Espinoza
Periodista.