Algunos científicos, como
el conocido biólogo Richard Dawkins, han acusado a los
creyentes de autoengañarse o de tener sus capacidades mentales disminuidas. Con
el 80%
de la población mundial que se declara creyente de una de las 4.000 religiones
que existen, según su libro, una explicación así deja poco margen al futuro de la
especie humana. En realidad, según estos autores, el cerebro ha fabricado la
religión en su propio beneficio. Y la llegada de la neurociencia y los experimentos
con el cerebro han permitido conocer mejor cómo lo hace.
El neurólogo Michael McGuire, coautor del libro y profesor en la
universidad californiana de Ucla, descubrió hace casi 30 años cómo estudiar el
cerebro de los chimpancés por medio de los residuos de su actividad neuronal
sin dañarles. Sus trabajos le permiten sostener que también tienen un sentido
de lo que está bien y lo que está mal, es decir, la moral.
“No es descabellado que los chimpancés tengan una idea de Dios, pero no
tenemos evidencias”, opina McGuire. Y no lo es porque ambas especies comparten
una misma base biológica, posible origen de su moral.
Pero el impulso definitivo al estudio del cerebro lo han dado las
distintas tecnologías de neuroimagen (resonancia magnética, tomografías, o
magnetoencefalografía). En el repaso de los más recientes trabajos en este
campo que hace el libro, se observa cómo la fe en Dios reduce los síntomas de
la depresión y favorece el autocontrol mientras que la meditación mejora
algunas capacidades mentales. Otro estudio también reveló que los creyentes
viven más que los ateos o los agnósticos.
La causa hay que buscarla dentro del ser humano. A pesar de ser la
especie más poderosa, es presa fácil del miedo y la incertidumbre. Esto genera
estrés neuronal, deteriorando las dendritas y reduciendo la neuroplasticidad.
Induce más de 100 cambios en el cerebro.
Según los autores, sólo la religión ofrece un bálsamo trinitario formado
por la “socialización positiva, los rituales y una creencia, generalmente en la
otra vida”. La experiencia religiosa libera neurotransmisores como la
serotonina, la dopamina o la oxitocina, que dan paz al cerebro.
Aunque los ateos y los
agnósticos pueden combatir el estrés con actividades que recreen esta socialización, “siempre
les quedará algo de dolor, a menos que crean en la otra vida”, aseguran. Desde
un punto de vista evolutivo, parece un suicidio no ser religioso.
Fuente: Miguel Ángel Criado. Libro God’s Brain
(El cerebro de Dios, ed. Prometheus Books ), publicado en EEUU.